Tiempo de plantar con lágrimas
Los primeros tiempos tras la plantación de una nueva iglesia (muy peculiar, por cierto) en una zona de la ciudad de Buenos Aires muy resistente al evangelio fueron muy difíciles para mí. Cada uno que se iba de la iglesia me lastimaba y amargaba un montón . Varios mandaban un correo electrónico o un mensaje en Facebook diciendo que se iban, y no podía entender, no entraba en mi mente un grado tan superlativo de cobardía de no poder enfrentar y decirnos cara a cara lo que les había molestado. Después de todo, yo consideraba que éramos –tanto mi esposo como yo– la clase de pastores con los que se puede hablar, incluso de las cosas malas . Los argumentos quedaban días enteros dando vueltas en mi mente, las explicaciones mentales, las justificaciones y las posibles respuestas que hubiera dado si tan solo me hubiesen dado la oportunidad de hablarlo. Ocupaban mi mente y mis pensamientos incluso durante las noches, cuando me encontraba cada vez con más frecuencia sufriendo de insomnio .