Tiempo de plantar con lágrimas

Los primeros tiempos tras la plantación de una nueva iglesia (muy peculiar, por cierto) en una zona de la ciudad de Buenos Aires muy resistente al evangelio fueron muy difíciles para mí. Cada uno que se iba de la iglesia me lastimaba y amargaba un montón. Varios mandaban un correo electrónico o un mensaje en Facebook diciendo que se iban, y no podía entender, no entraba en mi mente un grado tan superlativo de cobardía de no poder enfrentar y decirnos cara a cara lo que les había molestado. Después de todo, yo consideraba que éramos –tanto mi esposo como yo– la clase de pastores con los que se puede hablar, incluso de las cosas malas.

Los argumentos quedaban días enteros dando vueltas en mi mente, las explicaciones mentales, las justificaciones y las posibles respuestas que hubiera dado si tan solo me hubiesen dado la oportunidad de hablarlo. Ocupaban mi mente y mis pensamientos incluso durante las noches, cuando me encontraba cada vez con más frecuencia sufriendo de insomnio.



Varios episodios vividos en esa época hicieron que me diera cuenta de que estaba tocando fondo. Después de eso siguieron repetidas y prolongadas crisis de angustia, en las que me levantaba por la mañana llorando, en parte vulnerable emocionalmente por el mal descanso de la noche anterior.

No entendía cómo esto me estaba sucediendo a mí. No a un miembro de mi iglesia, sino a mí, la pastora. Desde nuestra posición de consejeros, muchas veces tenemos que atender a personas que luchan con la depresión, las crisis de angustia, ataques de pánico y toda clase de desórdenes emocionales. La mayoría de los libros de autores cristianos que busqué sobre el tema se referían a cómo aconsejar a alguien con estos padecimientos; es decir, eran sobre la psicología pastoral que debemos practicar para con nuestros feligreses. ¿Pero qué acerca de nosotros? ¿Qué cuando es un líder el que lo padece? ¿Cómo abrirnos para confesarle a alguien el dolor y la vergüenza que estamos atravesando? ¿Dónde buscar y encontrar la ayuda y los consejos necesarios para salir adelante?

En mi peregrinaje por el desierto me topé con varias personas en el servicio (me refiero a pastores, líderes, misioneros y toda otra persona que ha dedicado su vida a servir principalmente a la causa de Cristo) que habían pasado por estados similares. El denominador común era que no lo decían; me enteraba después de dar yo el paso inicial; pero la verdad no salía hasta que mi interlocutor se sentía en terreno seguro, comprendido.

En ese momento hubiera querido que alguien me hablara de esto antes de empezar la iglesia; que en los años trece años de seminario bíblico hubiese recibido más contenido de la vida práctica del pastorado y menos materias teóricas. Necesité un padre o madre espiritual o un mentor mientras plantábamos la iglesia y transitábamos los difíciles primeros años del pastorado; pero la verdad es que me sentía bastante sola. Precisaba alguien que simplemente nos aconsejara por dónde no debíamos caminar o que nos advirtiera que las flores del liderazgo venían con espinas. Quizás todo eso que necesitaba estuvo siempre a disposición, pero yo no supe cómo buscarlo o cómo pedir la ayuda necesaria o dónde buscarla siquiera. Entonces, en mi ignorancia, me choqué de la peor manera contra la pared de la depresión.

Con el tiempo fui entendiendo que, del mismo modo en que nadie te enseña a ser madre o padre, aunque hayas tenido los mejores padres del mundo, y es una experiencia que uno tiene que transitar por sí mismo, nadie te enseña a ser pastor, sino la vida misma. Uno recuerda y aplica consejos recibidos, pero es uno quien hace el camino (golpes y caídas incluidas).

Por eso es que también escribo este material: para servir a las futuras generaciones de pastores y líderes que aman a Dios y están dispuestos a extender su reino de una manera más sabia e informada.

- Marijo Hooft, En el Ojo de la Tormenta

Comentarios

  1. Totalmente identificada. Gracias Marijo por escribir este libro, sé que será de gran ayuda para el liderazgo. Un abrazo

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