El Señor de las tormentas
En la mitología nórdica se menciona a Thor, el dios de los truenos, relámpagos y tormentas (también considerado el dios de la guerra). Es tipificado como un hombre pelirrojo con un martillo en la mano, el cual es el responsable de producir los truenos. Era el equivalente al dios romano Zeus.
Una inscripción de un misionero cristiano del siglo XI, describiendo el culto a Thor, reza: “Thor preside el aire, gobierna sobre los truenos y los relámpagos, los vientos y las lluvias, el tiempo justo y los cultivos”. Pero la Biblia nos revela con claridad quién es el que preside el aire y la tormenta, por encima de cualquier otro dios o fenómeno espiritual.
“Yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Isaías 45:6b-7).
Grande fue mi sorpresa hace unos años atrás cuando me topé con este versículo. Me encontraba ayunando por liberación de una serie de circunstancias adversas que parecían no tener solución. De pronto abrí mi Biblia en Isaías, para descubrir que ¡Dios mismo era, muchas veces, el originador del caos, la adversidad y la oscuridad en nuestras vidas! No el que “permite” la tormenta que el enemigo nos envía –como a veces nos gusta creer–, ¡sino directamente el que la crea. Esto me produjo una suerte de enojo, un sentido de contradicción irritante.
Luego de una breve lucha mental, tuve que caer rendida ante el concepto de que la soberanía de este Señor abarcaba tanto su control y dominio sobre el reino de la luz como –y en igual magnitud– sobre las tinieblas. Dios no era solamente Señor del día, como había creído hasta ese momento, sino también Señor de la noche. No únicamente soberano de la paz, sino también de la guerra. Dios gobernaba incluso desde las tormentas de mi vida, que Él mismo había creado para que finalmente le diera a Él toda la gloria.
VORTEX, el ojo del ciclón
Dice Wikipedia: “El ojo de la tormenta es la región de condiciones meteorológicas generalmente calmas que se forma en el centro de los ciclones tropicales fuertes. Esta región aproximadamente circular suele tener un diámetro de entre 30 y 65 kilómetros y suele encontrarse en el centro geométrico de la tormenta. El ojo es siempre el lugar donde se registra la presión barométrica más baja de la tormenta, el área donde la presión atmosférica al nivel del mar es más baja. Debido a la mecánica de los ciclones tropicales, el ojo y el aire directamente encima del ojo son más cálidos que las regiones circundantes.
Conforme la tormenta se fortalece, se forma un anillo de convección más fuerte a cierta distancia del núcleo de rotación de la tormenta incipiente. A la vez, una pequeña porción del aire fluye hacia el centro de la tormenta, en vez de fluir hacia fuera, y esto causa el aumento de la presión aérea hasta el punto de que el peso del aire contrarresta la fuerza de la corriente ascendente del centro de la tormenta. El aire comienza a descender en el centro de la tormenta, creando así un área mayormente sin lluvias que será el ojo de la tormenta”.
Paz en la tormenta
Por las presiones de todo tipo, físicas, materiales, emocionales, familiares y –las peores– espirituales, puede decirse que toda persona que está involucrada en el ministerio cristiano muchas veces siente que su vida se convierte en una tormenta imparable. Las cosas vuelan alrededor, hay frenetismo, pánico, gritos ensordecedores, ¡como si estuviéramos metidos dentro de un ciclón! Las crisis que traen a nuestra vida ansiedad, temor, depresión y angustia nos hacen sentir que estamos atrapados en un huracán del que no vamos a salir con vida.
Pero Dios, el Señor de las tormentas, aun está en control. Y aunque ellas puedan parecer destructivas vistas desde afuera, Él nos puede llevar a ese lugar, al ojo de la tormenta, donde podemos encontrar profunda paz y absoluta tranquilidad aun cuando vemos las cosas volando y sacudiéndose a nuestro alrededor. Tal vez sea Dios mismo el que está permitiendo que los fuertes vientos arranquen de nosotros todas esas cosas superfluas a las que hemos estado aferrados y que Él desea quitar.
Además, en el ojo de la tormenta se produce una abertura donde hay claridad para ver hacia arriba. En ese lugar de privilegio tenemos una “ventana espiritual” para observar con confianza y paz, porque hay cosas celestiales que Él desea mostrarnos por medio de visiones y revelaciones de su gloria. Por supuesto, esto muchas veces no lo entendemos enseguida.
Cuando estamos en pánico en medio de la tempestad, solo tenemos que calmarnos, respirar profundo su aliento de vida y ubicarnos espiritualmente en el ojo de la tormenta para hallar la paz sobrenatural que excede todo entendimiento. Porque después de todo, probablemente Él haya creado esa adversidad para llevarnos al lugar donde finalmente será más y mejor glorificado su nombre.
Una inscripción de un misionero cristiano del siglo XI, describiendo el culto a Thor, reza: “Thor preside el aire, gobierna sobre los truenos y los relámpagos, los vientos y las lluvias, el tiempo justo y los cultivos”. Pero la Biblia nos revela con claridad quién es el que preside el aire y la tormenta, por encima de cualquier otro dios o fenómeno espiritual.
“Yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Isaías 45:6b-7).
Grande fue mi sorpresa hace unos años atrás cuando me topé con este versículo. Me encontraba ayunando por liberación de una serie de circunstancias adversas que parecían no tener solución. De pronto abrí mi Biblia en Isaías, para descubrir que ¡Dios mismo era, muchas veces, el originador del caos, la adversidad y la oscuridad en nuestras vidas! No el que “permite” la tormenta que el enemigo nos envía –como a veces nos gusta creer–, ¡sino directamente el que la crea. Esto me produjo una suerte de enojo, un sentido de contradicción irritante.
Luego de una breve lucha mental, tuve que caer rendida ante el concepto de que la soberanía de este Señor abarcaba tanto su control y dominio sobre el reino de la luz como –y en igual magnitud– sobre las tinieblas. Dios no era solamente Señor del día, como había creído hasta ese momento, sino también Señor de la noche. No únicamente soberano de la paz, sino también de la guerra. Dios gobernaba incluso desde las tormentas de mi vida, que Él mismo había creado para que finalmente le diera a Él toda la gloria.
VORTEX, el ojo del ciclón
Dice Wikipedia: “El ojo de la tormenta es la región de condiciones meteorológicas generalmente calmas que se forma en el centro de los ciclones tropicales fuertes. Esta región aproximadamente circular suele tener un diámetro de entre 30 y 65 kilómetros y suele encontrarse en el centro geométrico de la tormenta. El ojo es siempre el lugar donde se registra la presión barométrica más baja de la tormenta, el área donde la presión atmosférica al nivel del mar es más baja. Debido a la mecánica de los ciclones tropicales, el ojo y el aire directamente encima del ojo son más cálidos que las regiones circundantes.
Conforme la tormenta se fortalece, se forma un anillo de convección más fuerte a cierta distancia del núcleo de rotación de la tormenta incipiente. A la vez, una pequeña porción del aire fluye hacia el centro de la tormenta, en vez de fluir hacia fuera, y esto causa el aumento de la presión aérea hasta el punto de que el peso del aire contrarresta la fuerza de la corriente ascendente del centro de la tormenta. El aire comienza a descender en el centro de la tormenta, creando así un área mayormente sin lluvias que será el ojo de la tormenta”.
Paz en la tormenta
Por las presiones de todo tipo, físicas, materiales, emocionales, familiares y –las peores– espirituales, puede decirse que toda persona que está involucrada en el ministerio cristiano muchas veces siente que su vida se convierte en una tormenta imparable. Las cosas vuelan alrededor, hay frenetismo, pánico, gritos ensordecedores, ¡como si estuviéramos metidos dentro de un ciclón! Las crisis que traen a nuestra vida ansiedad, temor, depresión y angustia nos hacen sentir que estamos atrapados en un huracán del que no vamos a salir con vida.
Pero Dios, el Señor de las tormentas, aun está en control. Y aunque ellas puedan parecer destructivas vistas desde afuera, Él nos puede llevar a ese lugar, al ojo de la tormenta, donde podemos encontrar profunda paz y absoluta tranquilidad aun cuando vemos las cosas volando y sacudiéndose a nuestro alrededor. Tal vez sea Dios mismo el que está permitiendo que los fuertes vientos arranquen de nosotros todas esas cosas superfluas a las que hemos estado aferrados y que Él desea quitar.
Además, en el ojo de la tormenta se produce una abertura donde hay claridad para ver hacia arriba. En ese lugar de privilegio tenemos una “ventana espiritual” para observar con confianza y paz, porque hay cosas celestiales que Él desea mostrarnos por medio de visiones y revelaciones de su gloria. Por supuesto, esto muchas veces no lo entendemos enseguida.
Cuando estamos en pánico en medio de la tempestad, solo tenemos que calmarnos, respirar profundo su aliento de vida y ubicarnos espiritualmente en el ojo de la tormenta para hallar la paz sobrenatural que excede todo entendimiento. Porque después de todo, probablemente Él haya creado esa adversidad para llevarnos al lugar donde finalmente será más y mejor glorificado su nombre.
En la ciudad que vivo, Houston Texas, vivimos durante los meses de Junio a Noviembre la temporada de Huracan, se de.lo que hablas en el libro, y si tengo que.comparar mi vida espiritual con el huracan, no siempre puedo ver esa luz y sentir esa paz del ojo del Huracan. Me gusto el ejemplo.
ResponderEliminar