Resiliencia: mucho más que reparar lo que se ha roto

Lamentablemente, la psiquis humana no es como ese viejo comercial del pegamento de dos componentes, que después de romper toda la cristalería el pegadizo jingle decía: “Chachán, chachán, se arregla con Poxipol®”. Algunas cosas, cuando se rompen, no se pegan así nomás. Se necesita un largo proceso de restauración, y las manos milagrosas del Creador para unir cuidadosamente las piezas esparcidas.

Cuando llegamos al punto de los ataques de pánico, las fobias, la depresión, las crisis de angustia y más aun, cuando se disparan las neurosis u otro tipo de patologías, nunca vuelve a ser igual que antes. Algo se quiebra dentro de uno. Muchas veces este quiebre es reparable –otras veces no– dependiendo del punto en que se lo agarre y se lo trate. Las secuelas a nivel físico pueden quedar por un tiempo, o toda la vida.



Yo, por ejemplo, en ese tiempo no sentía la misma capacidad mental que antes del colapso. Siempre fui una gran estudiosa y lectora, estaba acostumbrada a dar clases y conferencias a audiencias numerosas, pero durante la crisis me costaba leer textos complejos, razonar, hacer cálculos matemáticos (siempre me costaron, pero entonces mucho más), memorizar nombres y datos. Tuve una palabra de parte de Él que me decía que me iba a restaurar la mente por completo, y así fue, aunque temí que nunca más tuviera la misma capacidad para pensar.

Cuando comencé a estar mejor, y las crisis de angustias comenzaron a producirse de manera más espaciada, un día fui al consultorio de la psicóloga que me atendía. Le conté triunfante que ya “me sentía yo” otra vez, que tenía energía de nuevo y ganas de proyectar como hacía tiempo que no me pasaba.

Me miraba con el semblante serio mientras yo estaba casi eufórica. Susana esperó a que terminara de hablar y me advirtió que debía estar atenta y concentrada en lo nuevo aprendido, a fin de consolidar los cambios, porque la euforia podría hacerme olvidar las herramientas adquiridas y volver al estado anterior.
— Ahora el peligro más grande de esta etapa es que te sientas tan bien que vuelvas a hacer las mismas cosas que te llevaron a la depresión y tengas una gran recaída.

Se refería a cosas habituales en mí, como estar pendiente de cada detalle en el templo, hacer listas interminables de tareas que era imposible hacer yo sola, ofrecerme a hacer visitas y otras obras sin que nadie me las pidiera... ¿Continúo? No es necesario, seguramente te identifiques con algunas de ellas y ya conozcas el resto de las actitudes y acciones de una persona con depresión y ansiedad y, además, perfeccionista.



Se cuenta que hay una técnica milenaria de reparación de objetos que utilizan los japoneses, que se llama kintsugi. Consiste en reparar la cerámica rota con un adhesivo fuerte y luego rociarlo con polvo de oro. De este modo, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro porque creen que, cuando algo tiene una historia y ha sufrido un daño, se vuelve más hermoso.

El resultado es que la cerámica no solo queda reparada, sino que es aún más fuerte que la original. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza. La prueba de la imperfección y la fragilidad, pero también de la resiliencia –la capacidad de recuperarse– es digna de llevarse en alto.

Yo entendí que no hay por qué ocultar las batallas que hemos o estamos atravesando. Las grietas –la sabiduría, el aprendizaje– que quedan como producto de una ruptura emocional pueden hacernos más humanos. Y en definitiva es lo que la gente está buscando: ver pastores y líderes más humanos y menos divinizados que puedan comprender sus luchas.

- Marijo Hooft, En el Ojo de la Tormenta

Comentarios

  1. Muy bueno, es verdad, cada situación dramática exalta la gracia de Cristo y nos recuerda que somos humanos. Dios te bendiga Marijo

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