Salir victorioso del valle de lágrimas
Desde el punto de vista cristiano, puede decirse que aceptar la soberanía de Dios es la cúspide de la resiliencia. Como en la conocida historia bíblica de José, quien luego de padecer en manos de sus hermanos, ser vendido como esclavo a Egipto, ser enviado a la cárcel injustamente por más de trece años, y luego por la providencia de Dios fue liberado y ascendido como segundo en todo el imperio después del Faraón. Rebotó y se levantó tantas veces que se transformó en el mentor bíblico por excelencia de todos los que sufren rechazo e injusticia. Al finalizar sus días, José pronunció la célebre sentencia: “Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios cambió todo para bien, para hacer lo que hoy vemos, que es darle vida a mucha gente” (Génesis 50:20).
Vas a salir de la cárcel, habiendo logrado autoridad espiritual sobre tus enemigos. La prisión de las presiones y luchas espirituales pueden dejarte devastado si no crees firmemente que hay un propósito, que Dios no es un sádico que disfruta verte sufrir y que seguramente –aunque no podés verlo en este momento– hay una valiosa enseñanza que Dios quiere entregarte.
“Bienaventurado el hombre [y la mujer] que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos. Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques. Irán de poder en poder; verán a Dios en Sion”.
Vas a atravesar el valle de lágrimas, y lo vas a cambiar en fuente. Esa fuente será el conocimiento sobre vos mismo y sobre Dios que hayas adquirido en el desierto de los problemas emocionales, que apagará la sed de comprensión de muchas personas a las que podrás aconsejar.
El valle de lágrimas no es un sitio para quedarte a vivir, es un lugar transitorio. Los duelos –incluso los duelos por la salud emocional dañada– tienen una fecha de comienzo y una fecha de finalización, si no se convierten en duelos patológicos. Hay sanidad en lamentar las pérdidas y dejar ir, en vivir ese proceso restaurador, pero no podés lamentar para siempre.
Es inteligente atravesar el valle de lágrimas, y es inteligente convertirlo en algo productivo. Capitalizar el dolor y la angustia en forma de enseñanzas para entregar a otros tiene sentido. Conocer a Dios en medio de la aflicción de una forma que no lo hubiéramos conocido en la felicidad, tiene sentido.
Recordá: aceptar la soberanía de Dios en medio de tu dolor y el sinsentido, es la cúspide de la resiliencia.
Vas a salir de la cárcel, habiendo logrado autoridad espiritual sobre tus enemigos. La prisión de las presiones y luchas espirituales pueden dejarte devastado si no crees firmemente que hay un propósito, que Dios no es un sádico que disfruta verte sufrir y que seguramente –aunque no podés verlo en este momento– hay una valiosa enseñanza que Dios quiere entregarte.
“Bienaventurado el hombre [y la mujer] que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos. Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques. Irán de poder en poder; verán a Dios en Sion”.
Vas a atravesar el valle de lágrimas, y lo vas a cambiar en fuente. Esa fuente será el conocimiento sobre vos mismo y sobre Dios que hayas adquirido en el desierto de los problemas emocionales, que apagará la sed de comprensión de muchas personas a las que podrás aconsejar.
El valle de lágrimas no es un sitio para quedarte a vivir, es un lugar transitorio. Los duelos –incluso los duelos por la salud emocional dañada– tienen una fecha de comienzo y una fecha de finalización, si no se convierten en duelos patológicos. Hay sanidad en lamentar las pérdidas y dejar ir, en vivir ese proceso restaurador, pero no podés lamentar para siempre.
Es inteligente atravesar el valle de lágrimas, y es inteligente convertirlo en algo productivo. Capitalizar el dolor y la angustia en forma de enseñanzas para entregar a otros tiene sentido. Conocer a Dios en medio de la aflicción de una forma que no lo hubiéramos conocido en la felicidad, tiene sentido.
Recordá: aceptar la soberanía de Dios en medio de tu dolor y el sinsentido, es la cúspide de la resiliencia.
- Marijo Hooft, En el Ojo de la Tormenta
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