Cuerpo, alma y espíritu

Se dice que con el cuerpo tenemos contacto con el mundo exterior, con el alma tenemos contacto con nosotros mismos, y con el espíritu tenemos contacto con Dios. Pero en realidad los creyentes muchas veces vivimos como si fuéramos solo un espíritu andante. En las congregaciones se dirige toda la atención a lo espiritual (es lógico, esa es la esencia de una iglesia), aunque a veces a costa de negar las otras dos dimensiones que están tan íntimamente vinculadas.

Satisfacemos las necesidades espirituales a través de la búsqueda en oración, adoración, leer la Biblia, congregarnos, pero de algún modo negamos las físicas y emocionales. Vivimos en una suerte de “ignorancia emocional”; decimos conocernos pero en verdad desconocemos la naturaleza humana y, por lo tanto, negamos nuestras más hondas necesidades.



Como en un juego electrónico, en el que se va “pasando pantallas”, podemos atravesar la puerta de la dimensión física y desde allí abrir puertas a lo emocional. Es el caso de un desorden hormonal o químico que trae consecuencias en el plano de lo anímico, con decaimiento, cansancio, y otros síntomas. De modo que a partir de un desequilibrio físico se producen alteraciones emocionales y viceversa.

Una tercera esfera que interactúa en este complejo combo, la más riesgosa de todas, es abrir las puertas en el plano espiritual. Y esto no solo les sucede a los creyentes que son aconsejados y aun liberados, sino que también puede abrumar a los consejeros y líderes. Las puertas que se abren espiritualmente tienen distintas naturalezas, pero he descubierto que una fuerza muy poderosa es la ansiedad y el temor, lo que muchas veces conduce a la depresión.

Cuando pensamos en lo que es ser creados a imagen de Dios, la mayoría de nosotros nos centramos en los aspectos espirituales. El único problema es que somos más que seres espirituales y, como tal, vivimos en un mundo espiritual, aunque nuestros ojos no puedan verlo. Somos víctimas de los ataques demoníacos, que se fortalecen cuando las otras dos áreas en nuestras vidas están débiles y vulnerables.

Insisto en la necesidad de ser conscientes de esta relación inseparable. Dicho en términos más simples, si estamos mal físicamente (cansados, mal dormidos, débiles, enfermos, sin vitalidad o con alguna dolencia física), eso impactará de seguro sobre nuestro estado de ánimo y nos tornaremos pesimistas, depresivos, sensibles, angustiados o, por el contrario, irascibles, nerviosos, tensos y al borde del colapso, dependiendo la intensidad del síntoma físico. Por consiguiente, en esos estados emocionales somos mucho más vulnerables a los ataques espirituales, y estamos menos preparados para reconocer la índole del problema y hacerle frente de manera adecuada.


- Marijo Hooft, En el Ojo de la Tormenta

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