Por qué la profesión del pastor es diferente a cualquier otra
Jim Fuller, un estudioso de las cuestiones relacionadas con el servicio pastoral, afirma que Peter Drucker, el famoso “gurú del liderazgo” dijo una vez que los cuatro trabajos más difíciles del mundo –no necesariamente en orden– son ser presidente de los Estados Unidos, presidir una Universidad, ser director ejecutivo de un hospital, y ser pastor.
El pastorear gente o ser guía espiritual de otros es ante todo una vocación, un llamado interior a una vida de servicio. No es algo que se haga por conveniencia, por rédito económico, busca de fama o poder, aunque haya quienes persiguen estos objetivos innobles de manera secreta.
El autor Brian McLaren habla de una manera conmovedora y en primera persona sobre esta distinción de la labor pastoral respecto de toda otra actividad.
Siendo así, la profesión del pastor o líder eclesiástico (y al mismo nivel sus esposas, sobre todo si están involucradas en el liderazgo) puede tornarse tan nociva para su salud emocional si no se toman ciertos recaudos.
En el libro En el Ojo de la Tormenta hablo de algunas de las razones por las que la profesión pastoral es diferente a cualquier otro trabajo.
Y es que, además de ser una vocación de distinta índole, está el plus de las expectativas de la gente hacia su persona. En líneas generales –aunque no en todos los casos– la gente espera de su pastor mucho más de lo que espera de su médico, su gobernante, un artista o un líder empresario.
Una vez, cuando me hallaba en medio de mi crisis de angustia, tenía un turno con mi médica clínica que me estaba haciendo un seguimiento de salud. Como llegué diez minutos tarde a mi cita, la doctora se estaba yendo y con una sonrisa me dijo: “Volvé la semana que viene, yo ya terminé mi horario. O si no venite por la guardia y que te vea otro médico”. No me ofendí con ella; al contrario, entendí que ella sí respetaba los límites en su trabajo y yo estaba como estaba por no hacer lo propio con los míos. Me quedé pensando qué fácil era para los médicos de consultorio, al igual que para otras profesiones, respetar sus horarios pautados, irse a sus casas y no llevarse el mote de “malo” o “insensible” por cumplir estrictamente con lo pautado. Después de todo, yo era la que la necesitaba a ella y no al revés. Yo tenía que adaptarme a sus posibilidades.
No es así con los pastores, que muchas veces tenemos que acomodar nuestra agenda a los horarios de las personas, que trabajan todo el día o estudian y solo tienen huecos en su día para atender su parte espiritual.
La pastora –o la esposa del pastor en algunos casos, o el esposo de la pastora en caso de que ella ejerza el rol principal– es un punto aparte. Muchas investigaciones demuestran que el trauma emocional proveniente del rol pastoral y de las expectativas de las personas hacia ellas es mucho más fuerte que en los esposos. Dada la contextura psíquica y emocional de la mujer, el sufrimiento es más difícil de sobrellevar para ella.
En su libro Los pastores también lloran, Lucille Lavender señala:
Si sos pastor o pastora seguramente te sentirás identificado con algunos puntos, y verás que hay alguien del otro lado que te comprende y que pasa por las mismas cosas que vos. Si no lo sos, te vendrá bien el ejercicio de ponerte unos minutos en los zapatos de tu pastor y su esposa.
El pastorear gente o ser guía espiritual de otros es ante todo una vocación, un llamado interior a una vida de servicio. No es algo que se haga por conveniencia, por rédito económico, busca de fama o poder, aunque haya quienes persiguen estos objetivos innobles de manera secreta.
El autor Brian McLaren habla de una manera conmovedora y en primera persona sobre esta distinción de la labor pastoral respecto de toda otra actividad.
Los pastores saben cosas que son dolorosas de saber. Los pastores guardan confidencias, a pesar de que eso haga que otros supongan lo peor. Los pastores son insultados a menudo, se habla de ellos de forma grosera, se miente sobre ellos o se les miente a ellos. Los pastores tienen que hacer frente a las expectativas de los demás, que van desde opresivas a depresivas, desde exasperantes a ridículas. Los pastores deben tomar decisiones difíciles, equilibrando las necesidades de los individuos y las de la comunidad, las necesidades de la congregación y las del personal, por no hablar de sus propias necesidades y las de su familia. Los pastores son llamados a hacer frente a las realidades más duras de la vida: la muerte, el divorcio, la enfermedad, la cárcel, la violencia doméstica, las drogas, el racismo. Los pastores tienen que mantener unidas congregaciones de personas muy diversas, incluso cuando las campañas políticas y las guerras culturales tratan de dividirlas. Y ni siquiera he mencionado los desafíos y responsabilidades de la predicación.
Los pastores viven en una red de relaciones complejas. Si se convierten en amigos cercanos con los miembros, pueden surgir problemas. Si no lo hacen, pueden surgir problemas. Si son francos acerca de sus dudas, errores y luchas, pueden surgir problemas. Si no lo son, pueden surgir problemas. Si su único ingreso proviene de la iglesia, pueden surgir problemas. Si tienen múltiples fuentes de ingresos, pueden surgir problemas. Si abordan o se involucran con temas políticos que les preocupan, pueden surgir problemas. Si no lo hacen... Ya puedes ver el patrón…
Mientras tanto, cuando los pastores poco éticos o poco sanos hacen cosas terribles, todos los pastores buenos y honestos también se convierten en el objeto de mayor escrutinio, incluso de cinismo.
No es de extrañar que los pastores se desgasten hasta el agotamiento.
Y a menudo están tan ocupados ayudando a los demás, que ni siquiera escuchan una vocecita dentro de ellos pidiendo ayuda.
Yo fui pastor por más de veinte años, y nada de lo que he hecho nunca, antes o después, ha sido más difícil que el pastoreo.
Siendo así, la profesión del pastor o líder eclesiástico (y al mismo nivel sus esposas, sobre todo si están involucradas en el liderazgo) puede tornarse tan nociva para su salud emocional si no se toman ciertos recaudos.
En el libro En el Ojo de la Tormenta hablo de algunas de las razones por las que la profesión pastoral es diferente a cualquier otro trabajo.
Y es que, además de ser una vocación de distinta índole, está el plus de las expectativas de la gente hacia su persona. En líneas generales –aunque no en todos los casos– la gente espera de su pastor mucho más de lo que espera de su médico, su gobernante, un artista o un líder empresario.
Una vez, cuando me hallaba en medio de mi crisis de angustia, tenía un turno con mi médica clínica que me estaba haciendo un seguimiento de salud. Como llegué diez minutos tarde a mi cita, la doctora se estaba yendo y con una sonrisa me dijo: “Volvé la semana que viene, yo ya terminé mi horario. O si no venite por la guardia y que te vea otro médico”. No me ofendí con ella; al contrario, entendí que ella sí respetaba los límites en su trabajo y yo estaba como estaba por no hacer lo propio con los míos. Me quedé pensando qué fácil era para los médicos de consultorio, al igual que para otras profesiones, respetar sus horarios pautados, irse a sus casas y no llevarse el mote de “malo” o “insensible” por cumplir estrictamente con lo pautado. Después de todo, yo era la que la necesitaba a ella y no al revés. Yo tenía que adaptarme a sus posibilidades.
No es así con los pastores, que muchas veces tenemos que acomodar nuestra agenda a los horarios de las personas, que trabajan todo el día o estudian y solo tienen huecos en su día para atender su parte espiritual.
La pastora –o la esposa del pastor en algunos casos, o el esposo de la pastora en caso de que ella ejerza el rol principal– es un punto aparte. Muchas investigaciones demuestran que el trauma emocional proveniente del rol pastoral y de las expectativas de las personas hacia ellas es mucho más fuerte que en los esposos. Dada la contextura psíquica y emocional de la mujer, el sufrimiento es más difícil de sobrellevar para ella.
En su libro Los pastores también lloran, Lucille Lavender señala:
La esposa del pastor debe ser atractiva, pero no demasiado; tener buena ropa, pero no muy buena; estar bien peinada, pero no demasiado; ser amistosa, pero no demasiado; ser expresiva y saludar a todos, especialmente a las visitas, pero no demasiado dinámica; inteligente, pero no demasiado; educada, pero no demasiado; encantadora, pero no demasiado; puede ser ella misma, ¡pero no abiertamente!
Si sos pastor o pastora seguramente te sentirás identificado con algunos puntos, y verás que hay alguien del otro lado que te comprende y que pasa por las mismas cosas que vos. Si no lo sos, te vendrá bien el ejercicio de ponerte unos minutos en los zapatos de tu pastor y su esposa.
- Marijo Hooft, En el Ojo de la Tormenta
Excelente entrada Marijo! Me gustó leer acerca de la figura de la pastora o esposa de pastor... qué dilema!
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