Conocer y permitir nuestras emociones
La emoción es lo que lo mueve a uno, lo que lo agita o excita. Las emociones y los sentimientos suministran las energías que permiten a nuestra mente funcionar.
La manera en que lidiamos y reconocemos nuestros sentimientos está muy ligada a la forma en se los trató en nuestra familia de origen. Si las discusiones se enterraban bajo la alfombra y se sofocaba el enojo sin ventilarlo o expresarlo, si llorar era cosa de mujercitas, y todos esos conceptos, será natural reprimir los sentimientos como adultos.
En esta conducta insana de negar las emociones se produce una especie de fenómeno opuesto. Es decir, se agrava el síntoma, se retrasa la solución. Dice Andrew Solomon, en su charla TED sobre la depresión, una emoción que se ha enfermado:
Solemos vivir nuestras vidas cristianas en una profunda ignorancia emocional, y por eso es más que común la represión o negación de los sentimientos tales como el enojo, la ira, la tristeza, entre otros. Reprimir las emociones puede ser socialmente saludable, a corto plazo, pero vivir esa mentira, a la larga, puede significar la misma muerte.
Si como líderes nos olvidamos de que somos humanos –que somos cristianos lo tenemos bien presente– empezamos a sufrir las consecuencias de negar nuestra naturaleza. Y las consecuencias son tanto físicas (contracturas, problemas estomacales, cardiorrespiratorios, etcétera), emocionales (estrés, agotamiento, crisis nerviosas, entre otras) y, finalmente, espirituales (opresión espiritual, y en última instancia posesión demoníaca).
Recordemos que desoír a nuestros sentimientos es necio y dañino, pero, por otra parte, cabe una palabra de advertencia contra lo que Martyn Lloyd Jones denomina “morbidez espiritual”. El sabio predicador amonesta a no pasar demasiado tiempo concentrados en nuestros sentimientos y evitar el terrible error de darles una centralidad en nuestras vidas. No deberíamos pasar mucho tiempo sintiendo el pulso del corazón, tomándonos la temperatura espiritual y analizando nuestros sentimientos, porque esa es la senda a la morbidez que nos hace caer en depresión. Como siempre digo, no debemos revolver todo el tiempo el tacho de basura de nuestro corazón a ver qué encontramos. Debemos más bien entregar nuestro interior a Dios y permitirle que Él nos revele lo que está mal, en el momento que Él quiera sacarlo de allí.
La manera en que lidiamos y reconocemos nuestros sentimientos está muy ligada a la forma en se los trató en nuestra familia de origen. Si las discusiones se enterraban bajo la alfombra y se sofocaba el enojo sin ventilarlo o expresarlo, si llorar era cosa de mujercitas, y todos esos conceptos, será natural reprimir los sentimientos como adultos.
En esta conducta insana de negar las emociones se produce una especie de fenómeno opuesto. Es decir, se agrava el síntoma, se retrasa la solución. Dice Andrew Solomon, en su charla TED sobre la depresión, una emoción que se ha enfermado:
Y lo que fui entendiendo con el tiempo fue que las personas que negaban su experiencia, los que dicen: “Estuve deprimido hace mucho tiempo; no quiero pensar en eso; no voy a detenerme en eso; voy a seguir adelante con mi vida”, irónicamente, esos son los que quedan más atrapados por lo que padecen. No pensar en la depresión la hace más fuerte. Cuando te escondes de ella, crece. Y los que se recuperan mejor son capaces de reconocer el hecho de que tienen la enfermedad. Los que toleran tener depresión desarrollan la capacidad de sobreponerse.
Solemos vivir nuestras vidas cristianas en una profunda ignorancia emocional, y por eso es más que común la represión o negación de los sentimientos tales como el enojo, la ira, la tristeza, entre otros. Reprimir las emociones puede ser socialmente saludable, a corto plazo, pero vivir esa mentira, a la larga, puede significar la misma muerte.
Si como líderes nos olvidamos de que somos humanos –que somos cristianos lo tenemos bien presente– empezamos a sufrir las consecuencias de negar nuestra naturaleza. Y las consecuencias son tanto físicas (contracturas, problemas estomacales, cardiorrespiratorios, etcétera), emocionales (estrés, agotamiento, crisis nerviosas, entre otras) y, finalmente, espirituales (opresión espiritual, y en última instancia posesión demoníaca).
Recordemos que desoír a nuestros sentimientos es necio y dañino, pero, por otra parte, cabe una palabra de advertencia contra lo que Martyn Lloyd Jones denomina “morbidez espiritual”. El sabio predicador amonesta a no pasar demasiado tiempo concentrados en nuestros sentimientos y evitar el terrible error de darles una centralidad en nuestras vidas. No deberíamos pasar mucho tiempo sintiendo el pulso del corazón, tomándonos la temperatura espiritual y analizando nuestros sentimientos, porque esa es la senda a la morbidez que nos hace caer en depresión. Como siempre digo, no debemos revolver todo el tiempo el tacho de basura de nuestro corazón a ver qué encontramos. Debemos más bien entregar nuestro interior a Dios y permitirle que Él nos revele lo que está mal, en el momento que Él quiera sacarlo de allí.
- Marijo Hooft, En el Ojo de la Tormenta
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