Conocernos a nosotros mismos

¿Te pusiste a pensar alguna vez lo sorprendente que es que hayamos vivido con nosotros mismos unos treinta, cuarenta o cincuenta años y todavía no nos conozcamos? Las crisis emocionales nos arrastran hasta lo más bajo, nos arrojan a un pozo donde solo quedamos nosotros y Dios, y es ahí donde logramos conocernos mejor.

Tenemos virtudes que necesitamos desenterrar, limitaciones para reconocer, luchas internas a las que debemos hacer frente, debilidades para fortalecer, peligros que evitar, dones que precisamos cultivar más; para todo esto es necesario conocernos más y mejor. Sin embargo, nos desagrada la introspección, no nos atrae examinarnos profundamente, escapamos de nosotros mismos.

Los trastornos del estado de ánimo nos arrastrarán indefectiblemente al fondo de esa cisterna donde estemos a solas con nosotros mismos y nos obliguemos a hacer el ejercicio de conocernos como la única manera de trepar la escalera que nos saque nuevamente a la superficie.

El rey David lo expresaba de esta manera:
¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos(Salmo 19:12).


El Dr. Jorge A. León, doctor en filosofía con un postgrado en psicoanálisis y pastor por más de sesenta años -a quien he tenido el privilegio de entrevistar en su vejez-, afirma que “solo un ser humano que se conoce a sí mismo puede ayudar a otros”. Y añade:

Conocernos implica saber quiénes somos. A pesar de las trabas que podamos encontrar en lo inconsciente, tenemos una responsabilidad moral de la cual somos conscientes (…) Es necesario reconocer nuestras emociones y sentimientos, así como la importancia del amor en la vida de todo ser humano, tanto en las relaciones interpersonales como en la relación con Dios. También es necesario aprender a enfrentarnos adecuadamente con nuestras culpas, que no siempre son la consecuencia del pecado, como veremos. Debemos aprender a enfrentar nuestros conflictos personales y encarar constructivamente los llamados “complejos”.

Conocernos a través de la oración y la meditación. Conocernos a la luz de nuestra historia, nuestro pasado y nuestra herencia espiritual. Conocer las dinámicas y los mecanismos de nuestro inconsciente. Conocernos por nuestras reacciones y manifestaciones. Conocer nuestras emociones y ponerlas en el lugar indicado. Conocernos al vernos reflejados en el espejo de Dios, nuestro Creador, en su imago Dei. Conocernos en Cristo, el postrer Adán, mediante la obra regeneradora del Espíritu Santo. ¡Qué dimensiones del conocimiento, tan necesarias para los que servimos a Dios en el liderazgo pastoral!


- Marijo Hooft, En el Ojo de la Tormenta

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