Oración, ayuno y... ¿frustración?
Cuando transitamos un desorden emocional, como todo está distorsionado, solemos torcer y mal usar la oración y los textos bíblicos. En nuestros intentos desesperados por explicar o hallar respuestas a lo que nos está sucediendo, echamos mano de lo que tenemos, de la forma que sea.
La oración puede llegar a resultar la experiencia más frustrante y desconcertante cuando nos hallamos con los estados alterados. Como estamos acostumbrados al pensamiento mágico, y hemos escuchado tantos testimonios de milagros que Dios obró a través de la oración, ponemos toda la expectativa de la resolución del conflicto en ese elemento sobrenatural externo, que es Dios a través de la oración. Nosotros no tenemos ningún trabajo interior que realizar, solo Él. Al pasar el tiempo, sentimos que Dios no nos oye, o no nos ayuda, nos sentimos abandonados y desamparados por ese Señor al que tanto hemos servido, y que obra milagros con todas las personas menos con nosotros que le servimos, cediendo también a la victimización como condimento extra.
De este modo reducimos la oración a un sedante útil para disminuir el estrés y la ansiedad, haciéndola superficial y convirtiéndola en un mecanismo neurótico para aliviar la angustia de la vida. Dios “debe” sacarnos de ese lugar de desesperación porque hemos orado y hasta ayunado insistentemente, jugando una pulseada espiritual en la que, obviamente, Dios siempre gana. La crisis de fe consiguiente solo empeora el cuadro, metiéndonos a nosotros mismos en un círculo vicioso que empeora las cosas.
En su libro Líbrate de los altibajos hormonales, la autora Lorraine Pintus se refiere a este tema diciendo:
No hay recetas simples y mágicas en la oración, como a nosotros nos gustaría. No se trata de que Dios nos solucione la vida. Solo se trata de encontrarse con Jesús en la profundidad de nuestra alma. Solo tiene que ver con una entrega absoluta, una rendición del yo. Solo implica exponerle los temores de nuestro corazón y escuchar su voz que nos alienta a seguir luchando y sentir su mano que nos sostiene. Nada más.
Quiero compartir, por el contrario, esta hermosa reflexión de Geri y Peter Scazzero sobre lo que sí debiera ser la oración en medio de la noche oscura de nuestra alma.
La oración puede llegar a resultar la experiencia más frustrante y desconcertante cuando nos hallamos con los estados alterados. Como estamos acostumbrados al pensamiento mágico, y hemos escuchado tantos testimonios de milagros que Dios obró a través de la oración, ponemos toda la expectativa de la resolución del conflicto en ese elemento sobrenatural externo, que es Dios a través de la oración. Nosotros no tenemos ningún trabajo interior que realizar, solo Él. Al pasar el tiempo, sentimos que Dios no nos oye, o no nos ayuda, nos sentimos abandonados y desamparados por ese Señor al que tanto hemos servido, y que obra milagros con todas las personas menos con nosotros que le servimos, cediendo también a la victimización como condimento extra.
De este modo reducimos la oración a un sedante útil para disminuir el estrés y la ansiedad, haciéndola superficial y convirtiéndola en un mecanismo neurótico para aliviar la angustia de la vida. Dios “debe” sacarnos de ese lugar de desesperación porque hemos orado y hasta ayunado insistentemente, jugando una pulseada espiritual en la que, obviamente, Dios siempre gana. La crisis de fe consiguiente solo empeora el cuadro, metiéndonos a nosotros mismos en un círculo vicioso que empeora las cosas.
En su libro Líbrate de los altibajos hormonales, la autora Lorraine Pintus se refiere a este tema diciendo:
La oración no nos protege de la depresión. Más bien nos debe proteger de enredarnos en ella, de sentirnos desconcertados respecto a nosotros y a Dios. La oración no nos libra de la aflicción. Pero sí nos ofrece una base firme en la aflicción. En medio de la depresión nos dirigimos a Dios en oración para hallar en Él un apoyo y no hundirnos.
No hay recetas simples y mágicas en la oración, como a nosotros nos gustaría. No se trata de que Dios nos solucione la vida. Solo se trata de encontrarse con Jesús en la profundidad de nuestra alma. Solo tiene que ver con una entrega absoluta, una rendición del yo. Solo implica exponerle los temores de nuestro corazón y escuchar su voz que nos alienta a seguir luchando y sentir su mano que nos sostiene. Nada más.
Quiero compartir, por el contrario, esta hermosa reflexión de Geri y Peter Scazzero sobre lo que sí debiera ser la oración en medio de la noche oscura de nuestra alma.
En la oración podemos vislumbrar en nosotros el espacio de paz, en el que también se acalla el sufrimiento del mundo. Este espacio de paz no es una huida del sufrimiento, ni una represión, no un cerrar los ojos. Es más bien un refugio ante el sufrimiento. Es el espacio en el que podemos permitirnos dejar de reflexionar y cavilar sobre el sufrimiento, porque allí la realidad de Dios es tan poderosa que todo lo demás calla.
- Marijo Hooft, En el Ojo de la Tormenta
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