El descanso es más que un placer
Dios, nuestro Padre, creador y fabricante de esta máquina a la que llamamos cuerpo, ser humano, persona, nos ideó de tal forma que el mecanismo debe detenerse y descansar, tanto física como emocionalmente, a riesgo de fundirse y romperse. Cuando no descansamos apropiadamente, algo se rompe dentro de nosotros; ese equilibrio mental que permite el buen funcionamiento se altera, y ya nada funciona con gracia y armonía. Los engranajes se atascan y finalmente se destruyen.
De tal manera esto es así que Dios instituyó un día de descanso. Mandato que, en nuestra sociedad moderna exigente y orientada a los resultados, hemos violado de manera sistemática. Este día de descanso reglado se encuentra en algunos pasajes de la Biblia que conocemos bien, pero que soslayamos haciéndonos los distraídos:
Finalmente, creo que una de las cosas más importantes que aprendí es que los esclavos no descansan. Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto, el primer regalo que Dios les dio después de haberlos librado fue el día de descanso. Esto fue algo absolutamente revolucionario en la cultura de aquel tiempo. (Quizás se está haciendo revolucionario en nuestro tiempo también). Además, los esclavos –en este caso, todo el pueblo de Israel– no descansaban. Las personas libres sí podían descansar, pero no los esclavos.1
No hace falta decir nada, ya sabemos todo. Solo hace falta acordarnos. Y nos cuesta acordarnos porque nuestra cultura presupone que la acción y los logros son mejores que el descanso, que hacer algo –cualquier cosa– es mejor que no hacer nada. Cuanto más ocupados estamos, creemos que lucimos como más importantes ante los demás. Por el contrario, Dios humilla nuestras vidas a través del descanso, mostrándonos que en realidad nada depende de nosotros (aun cuando nosotros sentimos como si todo el mundo estuviera en nuestras espaldas).
De tal manera esto es así que Dios instituyó un día de descanso. Mandato que, en nuestra sociedad moderna exigente y orientada a los resultados, hemos violado de manera sistemática. Este día de descanso reglado se encuentra en algunos pasajes de la Biblia que conocemos bien, pero que soslayamos haciéndonos los distraídos:
Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.
–Éxodo 20:9-11, los mandamientos
Finalmente, creo que una de las cosas más importantes que aprendí es que los esclavos no descansan. Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto, el primer regalo que Dios les dio después de haberlos librado fue el día de descanso. Esto fue algo absolutamente revolucionario en la cultura de aquel tiempo. (Quizás se está haciendo revolucionario en nuestro tiempo también). Además, los esclavos –en este caso, todo el pueblo de Israel– no descansaban. Las personas libres sí podían descansar, pero no los esclavos.1
No hace falta decir nada, ya sabemos todo. Solo hace falta acordarnos. Y nos cuesta acordarnos porque nuestra cultura presupone que la acción y los logros son mejores que el descanso, que hacer algo –cualquier cosa– es mejor que no hacer nada. Cuanto más ocupados estamos, creemos que lucimos como más importantes ante los demás. Por el contrario, Dios humilla nuestras vidas a través del descanso, mostrándonos que en realidad nada depende de nosotros (aun cuando nosotros sentimos como si todo el mundo estuviera en nuestras espaldas).
1 Esly Regina Carvalho Ph.D., Cuidemos de nuestros líderes: Lidiando con temas delicados, eBook, 24 de diciembre de 2013. Disponible en Amazon.
- Marijo Hooft, En el Ojo de la Tormenta
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